Definición.
El volumen de población,
que enfocamos en el capítulo anterior, constituye un factor fundamental
de análisis sociológico de toda comunidad territorial. La observación
histórica nos muestra, sin embargo, que no es el más importante. Todos
tenemos presente el papel desempeñado por la minúscula Grecia como
creadora de nuestra civilización occidental. Tenemos, pues, que
complementar el estudio cuantitativo del problema demográfico con la
Consideración de su aspecto cualitativo y, en primer lugar, de las
características comunes, en es-te campo, a todos los integrantes de un
conjunto social, las que dependen de la raza.
Nada más confuso
hoy en día que el concepto expresado por este último término, que se
aplica indiferentemente a nuestro género (“La raza humana"), a los
grandes conjuntos "de color" ("la raza blanca") y a cada una de sus
fracciones ("la raza aria"}, a sociedades históricas ("la raza
italiana") y hasta a conjuntos lingüísticos o culturales ("la raza
latina"). Sin duda se tiene vagamente, en todos los casos, la idea de
que la raza está ligada al factor hereditario del hombre y de que un
conjunto racial presenta cierta comunidad de caracteres, trasmitidos con
la vida, que lo diferencian de los demás. Pero se han visto sociólogos
atribuir sólo al medio la desigualdad de los pueblos y, por lo tanto,
sostener que todos tienen posibilidades idénticas. Otros, al mismo
tiempo que afirmaban de modo arbitrario la homogeneidad racial de las
comunidades primitivas, se han basado en la diversidad de tipos de un
conjunto determinado para negar la existencia actual de las razas. Por
otra parte. los antropólogos parecen propensos a establecer sus
clasificaciones sobre la base de tal o cual factor cuya elección no se
justifica. En el caso más favorable consideran los caracteres somáticos,
excluyendo terminantemente todo factor psíquico y aun biológico.
Por todo esto es necesario reenfocar el problema a partir de los datos
que la experiencia nos suministra. No precisamos de teorías para poder
afirmar el hecho de la raza. Todo el mundo .distingue a un congoleño de
un chino; todo el mundo capta la diferencia existente entre un grupo de
cien suecos y otro de cien españoles. Todo el mundo sabe igualmente que
el negro que nace en Nueva York es tan negro como el que ve la luz en
el Senegal y que, por consiguiente, algunos de los caracteres que
permiten al menos competente reconocer una diferencia étnica son
hereditarios. La dificultad empieza solamente con la definición del
concepto de raza.
Tratemos de eliminar de nuestra experiencia
los factores que la deforman. Podemos lograrlo muy fácilmente
considerando ya no al hombre sino a animales de otros géneros.
Consideremos cierto número de perros de tipo ovejero alemán. ¿Por qué
decimos que pertenecen a una raza determinada? Superficialmente, porque
se parecen los unos a los otros. Tienen una misma conformación física y
manifiestan las mismas cualidades psiquicas: estatura mediana, pelo
largo de color pardo, hocico alargado, cola en penacho, valor en el
ataque, inteligencia superior a la de las mayoría de las otras razas
caninas, etc. Sin embargo, todos los ovejeros alemanes no son idénticos.
Su estatura varía en algunos centímetros; su pelo es más o menos largo v
tupido y su color abarca toda la gama de ios pardos, de lo casi
amarillo a lo casi negro: su valor y su inteligencia están sujetos a
gradación. Ocurre que tal individuo tiene un pelaje más oscuro que el de
un doberman, cuyo color característico es el negro, o es menos
inteligente que un gran danés, que pertenece a una raza poco favorecida a
este respecto. Si se trata, como a menudo se hace en lo que atañe al
hombre, de definir la raza de los ovejeros alemanes sólo por uno de sus
caracteres, se obtendrían resultados cuyo absurdo saltaría a la vista.
Pero nadie piensa en hacerlo porque, cuando se trata de perros, cada uno
sabe muy bien que la raza zoológica es un conjunto de individuos que
poseen en común, en cierta medida cuantitativa y cualitativa, cierto
número de caracteres físicos, fisiológicos y psíquicos que se trasmiten
por herencia. El individuo representativo de una raza es simplemente
el que une en sí todos estos caracteres llevado a su grado máximo.
Ahora bien: lo mismo acontece cuando se dice que el hombre nórdico es
grande, rubio, dolicocéfalo, resistente, valeroso, etc.: no se define
sino un "animal de concurso" y muchos nórdicos son de estatura mediana,
morenos, braquicéfalos, débiles o cobardes. Esto no significa en
absoluto que la raza nórdica sea una ficción. A lo más, se puede
sostener que no se trata de una raza pura. Pero tiene sentido esta
expresión?
92. El error de la "raza pura".
Hemos considerado hasta ahora el grupo racial como un conjunto estático
de individuos. Conviene, para poder contestar la pregunta anterior,
examinarlo en su aspecto evolutivo. ¿Cuándo decimos que un ovejero
alemán es de raza pura? No cuando alcanza la perfección teórica del
tipo, sino cuando ha nacido de padres no mestizados. Remontándonos así
de generación en generación, llegaremos al origen de la raza, es decir
al momento en que, por mutación o de cualquier otro modo, una camada de
ovejeros alemanes nació de padres de los cuales uno por lo menos no era
un ovejero alemán. Podríamos remontarnos asi, de raza en especie y de
especie en género, hasta la pequeña masa de proteínas que un día se puso
a vivir. Todo eso no tendría sentido alguno. Si consideramos el origen
común, la raza abarca la animalidad entera. Si fijamos arbitrariamente
su principio en el instante de su última diferenciación, está fundada en
una heterogeneidad originaria, aunque se suponga que ninguna
mestización haya intervenido desde entonces, lo que difícilmente se
podrá afirmar en lo que atañe a las razas animales mejor y más
antiguamente fiscalizadas.
Esto no significa, ni mucho menos, que
los datos genealógicos carezcan de interés, puesto que los caracteres
comunes y la frecuencia de su aparición dimanan de un proceso de
herencia, sino que es erróneo hacer de la pureza un criterio de
existencia y, con más razón, de valor de la raza. En lo que concierne a
los conjuntos humanos, sería preciso, si se admitiera su filiación a
partir de una pareja primitiva, considerarlos como pertenecientes a una
raza única, lo que es contrario a los hechos. Y si se considerara una
multiplicidad de mutaciones originarias, tendríamos todavía que
olvidarnos del factor mestización. En realidad lo que se llama grado de
pureza de una raza es simplemente su homogeneidad relativa, vale decir
el hecho de que cada uno de sus componentes posea en mayor o menor
número los caracteres distintivos del conjunto considerado.
No
nos corresponde analizar en estas páginas (1) el mecanismo de la
herencia biopsíquica. Notemos meramente que, en una comunidad reducida y
cerrada, todo el mundo llega, después de cierto número de generaciones,
a ser pariente de todo el mundo y que cada miembro del conjunto tiene
los mismos antepasados que cualquiera de los demás. Cuanto más reducida
numéricamente en su origen y cerrada en el curso de su desarrollo es una
comunidad, y cuanto más antigua es, más sus miembros poseen caracteres
comunes y más se parecen entre sí.
Un conjunto originariamente
heterogéneo se unifica, por lo tanto, por endogamia. Sin duda sus
miembros no serán todos idénticos, pero sí se mostrarán, hasta cierto
límite, cada vez menos desemejantes: su aspecto, su mentalidad y sus
reacciones manifestarán un grado creciente de homogeneidad. La "pureza"
de una raza es, por lo tanto, una creación de la endogamia y del
tiempo. Si se la pierde por mestización, es posible recuperarla. Pero el
proceso es larguísimo, especialmente en un conjunto humano numeroso.
Y, mientras no haya reconquistado su homogeneidad perdida, la comunidad
así afectada en su esencia está tironeada entre aspiraciones diversas y
a menudo contradictorias. Se dispersa y se relaja. Es un hecho
históricamente comprobado que todo conjunto étnico mestizado pierde por
un tiempo, con su unidad hereditaria, su armonía y su tensión.
La clasificación de las razas.
Nuestros análisis anteriores muestran cuán inútil es intentar la
clasificación de las razas sobre la base de hipótesis de origen
específico que el actual estado de la antropología no permite afirmar
ni negar. Puesto que la raza es creación de la historia -por endogamia
pero también por presión selectiva del medio y adquisición de caracteres
transmisibles (1) -nos importa menos saber si existían en el principio
de la humanidad uno o varios conjuntos étnicos que precisar
empíricamente la delimitación presente de las comunidades raciales. No
siendo posible, en nuestra escala de observación y acción, comprobar ni
producir el paso de un individuo o de un grupo de una gran raza a otra,
resulta igual para nosotros que dichas grandes razas hayan existido
desde el origen o que sean el producto de una diferenciación
prehistórica sobre la cual no se puede volver.
Pero hablar de
grandes razas es ya establecer una clasificación entre los conjuntos
étnicos, vale decir comprobar la existencia de amplias comunidades
raciales, cada una de las cuales posee una multiplicidad de caracteres
físicos, biológicos y psíquicos que también se manifiestan, en alguna
medida, en los grupos internos más diferenciados. Se admite hoy en día,
unánimemente, que las grandes razas son tres, las que, por falta de una
terminología más exacta, llamamos blanca, amarilla y negra;
denominaciones poco satisfactorias, ya que el color es sólo uno de los
caracteres distintivos reconocidos, quizás el más visible, cuya elección
puede trabar al etnólogo en su intento de clasificar algunos conjuntos
mestizos o marginales.
Las grandes razas están, por lo
general, perfectamente deslindadas, como también las razas en que se
dividen, trátese de productos de una diferenciación por el medio o .por
la mestización, lo que no siempre se puede afirmar con certeza. No se
necesita ser especialista para distinguir a cien japoneses de cien
mongoles- o a cien chinos del norte de cien guaraníes y definir las
razas correspondientes como grupos diferenciados de la gran raza
amarilla. Igualmente se podrá distinguir sin mayor dificultad, en el
seno de la gran raza blanca, la raza semita o, en el seno de la gran
raza negra, la raza pigmea. Sin embargo, ya la delimitación se hace más
imprecisa y deja "residuos" no clasificados o discutibles. Por ejemplo:
¿los blancos europeos constituyen una o varias razas? Las respuestas son
contradictorias por dos razones: primero, los métodos erróneos de
clasificación fundados en caracteres inestables, tales como la estatura o
la forma del cráneo; en segundo lugar, la: obstinación historicista de
los que quieren a toda costa apoyarse en el origen de las razas
consideradas, olvidando que los conjuntos étnicos son el producto de un
doble proceso de diferenciación y fusión, Con predominio, según la
época, de una u otra de dichas tendencias evolutivas. Los blancos
europeos habrán constituido en otro tiempo varias razas bien distintas.
Pero su estado de fusión es tal hoy en día que casi constituyen una
única, en la cual se distinguen las razas en formación que corresponden
a las comunidades geográficopolíticas. Históricamente es sin duda
erróneo calificar de arios a todos los europeos, pero étnicamente es
exacto en conjunto, sea o no acertada la denominación elegida y aunque
no podamos siempre precisar en qué medida no. permanecen, debajo de las
diferenciaciones actuales, supervivencias de razas que existían antes
de su fusión relativa.
Este movimiento constante y diverso a
menudo se olvida cuando se trata de establecer un mapa de las razas.
Mientras que es fácil deslindar, a pesar de las innumerables
mestizaciones, el territorio de las grandes razas, así como el de
conjuntos netamente diferenciados por hibridación entre grandes razas
-los malayos, por ejemplo-, la tarea se vuelve delicada cuando se trata
de las razas, porque algunas de ellas se encuentran en continua
fluctuación. En Europa, las antiguas delimitaciones de las razas
nórdica, alpina y mediterránea no han perdido todavía todo significado,
pero tienden a ser removidas por las nuevas razas nacionales, por otra
parte menos diferenciadas en razón de la creciente interrelación de
las comunidades y de la uniformación de las condiciones de vida. Vale
decir que si bien la raza, cuando sus caracteres distintivos son
dominantes y poco variables, es tan estable como la gran raza y no se
modifica esencialmente sino por mestización, es fundamentalmente
inestable cuando sus caracteres son sensibles a la presión del medio o
están sujetos a mutación. Por lo tanto, existen razas esencialmente
diferenciadas, cuyos caracteres distintivos adquiridos ya no pueden ser
modificados sino por mestización, y razas accidentalmente
diferenciadas. cuyos caracteres distintivos, adquiridos son todavía
susceptibles de modificación por el medio.
El crisol.
Esta última observación es importantísima, puesto que permite
establecer lo que podríamos llamar el grado de parentesco de las razas,
vale decir la relativa facilidad de su eventual fusión en un todo
homogéneo, así como precisar el concepto de mestización. Si, en efecto,
se unen dos individuos o dos grupos pertenecientes a razas
accidentalmente diferenciadas, su descendencia poseerá los caracteres
comunes a las dos razas, mientras que los caracteres distintos
accidentales serán atenuados y, con el tiempo, borrados por el medio.
Tal es el caso, particularmente claro, de las casas reales de Europa:
el zar Nicolás II y el rey Alfonso XIII, por ejemplo, tenían en las
venas sangre de todas las- antiguas razas del viejo continente;
manifestaban, sin embargo, los caracteres étnicos de los rusos y de los
españoles, respectivamente, vale decir de nuevas razas en formación.
Por el contrario, la alianza de razas esencialmente diferenciadas da
híbridos, exactamente como la de grandes razas. Es decir que el nuevo
conjunto sólo nacerá de ellas por homogeneización endogámica. Tenemos
ahora la explicación del fenómeno llamado "del crisol", tal como se
produce en los Estados Unidos, donde elementos procedentes de todas las
razas europeas ya han obtenido, en un tiempo muy breve y a pesar de una
inmigración casi continua, una homogeneidad relativa que hace de su
población un nuevo conjunto étnico cuyos caracteres propios son
netamente perceptibles. Por el contrario, los judíos que viven en Europa
desde hace más de dos milenios han conservado, por pertenecer a una
raza esencialmente diferenciada en el seno de la gran raza blanca,
caracteres peculiares que los distinguen de las poblaciones arias.
Resulta de todo esto que se puede clasificar a las comunidades
sociales, desde el punto de vista étnico, en dos categorías: las que
son racialmente homogéneas, procedan ya de un tronco único, ya de una
"mezcla" de razas accidentalmente diferenciadas o de una mestización
completa, y las que son racialmente heterogéneas porque la unificación
de elementos constitutivos pertenecientes a razas; esencialmente
diferenciadas aún no está acabada. Resulta igualmente que la unidad
étnica de un país de inmigración depende del grado de parentesco de las
razas que componen su población y del tiempo trascurrido desde que se
pusieron en contacto.
La desigualdad de las razas.
El grado de homogeneidad no constituye el único factor de clasificación
de las comunidades étnicas. Hay que considerar también el valor
relativo de las razas en presencia. Es un hecho de observación que las
razas son desiguales, como los individuos. Cualquiera sea la razón
-insuficiencia originaría o evolución posterior mal dirigida-, se
comprueba que ciertos conjuntos étnicos se muestran hoy en día
incapaces de crear una civilización y hasta de asimilar la que se les
suministre. ¿Podrán hacerlo en el porvenir? Lo ignoramos, y aun en este
caso subsistiría su actual inferioridad: el niño no es el igual del
adulto, y menos todavía cuando se trata de un niño atrasado. Notemos,
por otro lado, que ciertas razas, llamadas primitivas, son en realidad
degeneradas, sin que el nivel de su época más brillante se haya jamás
elevado muy alto.
¿Para qué insistir? Nadie pone en duda los
hechos: la gran raza negra no ha producido ni ciencia, ni literatura, ni
filosofía, ni teología; su arte no se puede comparar con los de
Europa, Asia y América; su organización política sigue siendo
rudimentaria. Nadie discute tampoco el hecho que los blancos,
dondequiera que hayan aparecido, han constituido un poderoso factor de
orden y progreso. Los pocos defensores de la igualdad de las razas
explotan casos individuales que no significan absolutamente nada.
Evidéncie tal jefe de tribu africana más inteligencia que un campesino
común de Europa y más valor moral que un delincuente chino, y haya sido,
el negro norteamericano Carver un gran químico y hasta un bienhechor de
la humanidad, todo eso implica simplemente que los conjuntos étnicos no
están globalmente superpuestos en la escala de valores y que el primero
de los negros no viene después del último de los amarillos o de los
blancos. Pero, cuando consideramos una raza, es la comunidad que
representa la que nos interesa, con su élite y sus imbéciles, en cuanto
conjunto orgánico y no como suma de individuos.
No vayamos a
creer, sin embargo, que la comparación entre conjuntos étnicos sea
siempre fácil y su resultado, siempre indiscutible. El concepto de
superioridad es esencialmente relativo a la escala de valores que se
acepta o se crea. Si se decreta que la resistencia al calor es criterio
más importante que la inteligencia, deberá admitirse la superioridad de
la gran raza negra sobre las demás y especialmente sobre la blanca.
Rozamos aquí la paradoja. La dificultad, aunque cierta, no se manifiesta
sino en casos límites. Cuando se ve, por lo contrario, a lo largo de'
la historia, a las grandes razas blanca y amarilla, y sobre todo a la
primera, dominar en todas partes por donde pasen, crear imperios,
culturas y técnicas, no es fácil negarles la supremacía de conjunto, aun
cuando su superioridad pueda ser discutida sobre tal o cual punto en
particular. Por otra parte, una divergencia de juicios sobre el valor
relativo de talo cual grupo étnico no contradiría en absoluto el hecho
de la desigualdad de las razas, el único que nos interesa aquí.
Raza y Comunidad.
En los incisos anteriores hemos considerado los conjuntos étnicos en
sí. La observación v el análisis histórico nos muestran, sin embargo,
que sólo de modo muy excepcional raza y Comunidad se confunden. Por lo
general una raza abarca a varias Comunidades y a menudo una Comunidad
posee en su seno elementos raciales diversos. Corresponde, pues,
enfocar ahora el factor étnico en sus relaciones con las estructuras
orgánicas de la sociedad.
Si la Comunidad es racialmente
homogénea o, por lo menos, está constituida por elementos étnicos
accidentalmente diferenciados en vías de unificación -como es el caso,
salvo en cuanto a las minorías judías, de las naciones de la Europa
occidental-, su valor dependen sin discusión posible de la masa
hereditaria común. No queremos decir con esto que los factores
geofísicos, geopolíticos, institucionales, económicos, religiosos,
culturales, lingüísticos, etc., constituyan meras estructuras
determinadas o superestructuras ilusorias y que sólo la raza dé a la
Comunidad las condiciones de su ser, sino simplemente que dichos
factores ven su eficacia y hasta su misma existencia subordinadas a las
posibilidades étnicas del conjunto. Como ya lo dijimos, la raza es, por
consiguiente, el sustrato de la vida comunitaria: una especie de materia
prima que no es maleable sino dentro de ciertos límites.
La
situación cambia fundamentalmente cuando conviven en un mismo marco
estructural elementos que pertenecen a distintas grandes razas o a
varias razas esencialmente diferenciadas. El valor de la Comunidad
poliétnica depende evidentemente de su composición racial. Pero ya no
se puede decir que dimane de su masa hereditaria, puesto que no están en
juego una sino varias dotaciones genéticas diferentes y a menudo
desiguales que actúan por su presencia pero también por sus relaciones.
Así los negros de los Estados Unidos disminuyen, por los problemas que
su existencia suscita, el valor de Ia Comunidad de que forman parte,
mientras que los negros de Angola dan a esa provincia portuguesa una
mano de obra sin la cual no podría ni subsistir. ¿Por qué tal
diferencia? Simplemente porque, en el primer caso, las instituciones
no corresponden a la realidad. Las leyes federales norteamericanas no
tienen en cuenta ni la existencia ni menos todavía la desigualdad de los
dos conjuntos étnicos asociados: están elaboradas para los blancos y se
aplican tales cuales a los negros, lo que constituye un disparate
creador de todas las dificultades que sabemos.
La convivencia
en una misma Comunidad de razas desiguales no es en sí, ni mucho menos,
un factor de inferioridad. Por cierto, una Comunidad étnicamente
unitaria posee, además de su valor esencial, una particular eficacia en
la acción como en la resistencia. Pero no es sino la eficacia de lo que
es, y sería negativo adquirirla por mestización a expensas del ser de
la raza dominante. Una Comunidad poliétnica jerarquizada tiene, en
efecto, el valor de su componente superior aumentado par las
posibilidades del inferior, mientras que la fusión establecerla la
unidad en un nivel intermedio entre las dos razas originarias. Se
crearía además, durante varias generaciones, un perjudicial estado de
heterogeneidad. El problema etnopolítico de las relaciones
interraciales sólo Se plantea a partir del momento en que uno o varios
elementos constitutivos escapan de las exigencias del orden social v
tienden a obtener un lugar que no corresponde a su valor -intrínsico ni a
su papel orgánico, vale decir que rehúsan desempeñar su función propia
en el seno de la Comunidad.
La especialización racial.
La tesis de la igualdad de las razas tropieza, en la práctica, con la
misma realidad necesaria del orden social. Los derechos que el ser
humano posee, inherentes a su naturaleza o a sus peculiaridades
individuales, sólo adquieren vigencia social cuando corresponden a
obligaciones de carácter funcional. Pero las funciones, en el seno de
una Comunidad, por poco desarrollada que esté, son desiguales en
importancia y exigen de los que las desempeñan capacidades desiguales.
Es lógico y posible, por lo tanto, concebir una Comunidad poliétnica en
la cual ciertas funciones estuvieran reservadas orgánicamente a tal
grupo racial que manifestara para ellas particulares aptitudes. La raza
inferior, o simplemente inasimilable, encontraría así su lugar en la
sociedad y gozaría de los derechos correspondientes, y solamente de
éstos.
No faltan ejemplos históricos de semejante
organización. El más conocido es sin duda el de los Estados Unidos antes
de la guerra de secesión. Los negros desempeñaban funciones subalternas
determinadas. Poseían, en contrapartida, el derecho de ser
alimentados, alojados y vestidos, aun en la vejez, y de ser asistidos en
caso de enfermedad y protegidos siempre. Útiles a la Comunidad de que
formaban parte, nadie pensaba en excluirlos de ella ni en odiarlos.
Cuando la victoria del Norte hubo suprimido esta especialización racial
y roto este orden funcional poliétnico, los negros no adquirieron, por
supuesto, las capacidades cuya ausencia los había hecho colocar en el
más bajo nivel de la escala social. Salvo algunas excepciones
individuales, siguieron siendo peones y criados y todavía lo son hoy en
día después de cien años. Conservaron, pues, las funciones para las
cuales estaban predispuestos. Pero perdieron los derechos
correspondientes: los negros proletarios no conocen ni seguros, ni
jubilación, ni estabilidad en el empleo. Se les reconocieron, sí, los
mismos derechos civiles y políticos que a los blancos, de quienes se
creyeron entonces iguales. Por sus reivindicaciones se volvieron un
peligro para una Comunidad en la cual no aparecían ya como necesarios:
de ahí las reacciones a menudo brutales cuyos efectos sufrían y sufren.
Así como un tejido viviente -raza de células- que pierde su función
orgánica.
Durante siglos, la esclavitud había resuelto el
problema de las relaciones interraciales o, más exactamente, había
impedído que se planteara. Por una coacción efectiva o teórica, los
negros estaban agregados a las familias blancas, de las que se volvían
parte integrante, en posición subordinada. La sociedad esclavista no
estaba constituida, pues, por dos conjuntos raciales yuxtapuestos, sino
por una multitud de células familiares biétnicas. Por cierto, el
sistema no era perfecto, ni mucho menos, y numerosas reformas se
imponían. Pero no podemos dudar de que las relaciones entre blancos y
negros se mantenían dentro de un orden orgánico funcional y conforme al
valor relativo de los grupos étnicos en contacto, si bien no siempre de
los individuos que los componían. El esclavo estaba incorporado en la
sociedad; no se lo trataba como paria ni como. enemigo; se beneficiaba
generalmente, teniendo en cuenta el nivel de vida de la época, con una
posición superior a la del proletario de hoy. El amo estaba protegido no
solamente contra las consecuencias de una eventual lucha de razas sino
también y sobre todo contra el, posible olvido de su superioridad
étnica. El sistema esclavista complementaba, en efecto, la desigualdad
de hecho de las razas con una desigualdad de derecho. El blanco podía
cometer un desliz con una negra: el pequeño mulato, cualquiera fuese el
color de su piel, no franqueaba la barrera étnicosocial.
Sin
embargo, se la apruebe o no desde el punto de vista histórico, la
esclavitud pertenece al pasado y no es posible volver a ella, aunque
más. no fuere por la sencilla razón de que la familia semipatriarcal que
supone ya no existe casi en ninguna parte. Por lo menos podemos sacar
la lección de la experiencia: la Comunidad poliétnica sólo es
satisfactoria cuando el conjunto inferior está incorporado orgánicamente
en el conjunto superior, sin poder amenazar la integridad racial de
este último.
La segregación.
A falta
de una verdadera solución que responda a la ley bíosocíológíca que
acabamos de enunciar, no queda sino el recurso de los paliativos de
defensa. Paliativo es, en efecto, la segregación que vemos aplicar con
mayor o menos acierto por las Comunidades poli étnicas contemporáneas
que no aceptan la idea de su decadencia por mestización. Se busca
separar las razas que conviven en un mismo territorio y evitar en
alguna medida su contacto por no saber o no poder organizarlo, vale
decir atenuar un mal que la sociedad se reconoce impotente para
suprimir.
Consuetudinaria o legal, relajada o estricta, la
segregacion siempre se demuestra insuficiente. Primero porque es poco
sincera: el blanco quiere apartar a los negros de su familia, de su
barrio y de su coche de ferrocarril, pero no de su fábrica porque
constituyen una mano de obra barata para ciertos trabajos. O bien se
los utiliza como carne de cañón. A veces la hipocresía liberal hace
afirmar legalmente una igualdad de derecho que se niega de hecho. Pero,
aun absoluta la segregación, provista la raza inferior o inasimilable
de un estatuto, prohibido el casamiento interracial y castigado como
crimen el apareamiento, todo eso aún no constituiría una solución
satisfactoria. Pues la separación forma bloques raciales que, en razón
de la diferencia de condiciones de vida o de la mera voluntad de
poderío, se vuelven antagónicos. El esclavo negro no era ni se sentía
solidario con el conjunto de su raza sino con la familia de que formaba
parte y cuyo destino compartía de derecho y de hecho. El proletario
negro está y se siente, por el contrario, unido con sus hermanos de raza
por una condición común y un aislamiento compartido. Un esclavo negro
maltratado maldecía a su mal amo; un proletario negro humillado
proclama la lucha de razas.
No hay sino dos soluciones valederas: el
apartheid geográfico o la integración de los elementos étnicamente
inferiores en una sociedad orgánica, dándoles la posibilidad de
desarrollar sus potencíalídades en el grado máximo; posibilidad ésta
que no tienen en la sociedad igualitaria, que pone de relieve su
inferioridad en lugar de compensarla can un orden social jerárquico.
99. Dialéctica de las razas.
Existe, pues, en el seno de toda Comunidad poliétnica, un doble
movimiento dialéctico. Por un lado, salvo en el caso de una sociedad
orgánica perfectamente establecida, la comuni dad racial inferior o
inasimilable mantenida bajo tutela protesta contra su estado, se opone a
la comunidad dominante y lucha por su liberación, cuando no por la
Supremacía. Pero, por otro lado, las dos comunidades tienden a
fusionarse por mestización. Este último proceso tiene dos motivos: la
atracción sexual y el deseo de los inferiores de acercarse a sus amos.
El primer fenómeno es bien conocido y se le debe la mayor parte de los
mestizos. El segundo exige alguna explicación.
Se ha
comprobado en los Estados Unidos que los mestizos se casaban entre si y
los negros, de preferencia, con mestizas tan claras como fuera posible.
En el seno de la comunidad de color interviene por consiguiente una
selección que obra en favor de la reproducción de mestizos cada vez más
próximos al tipo blanco. Se llega así al nacimiento cada vez más
frecuente de "negros blancos", vale decir de individuos. mestizos que
tienen apariencia de blancos. De ahí el fenómeno del passing, por el
cual dichos mestizos, cambiando el lugar de su residencia, logran
hacerse pasar por blancos, se casan dentro de la población blanca e
introducen así en ella genes melánicos,. El passing evidentemente no es
posible sino por falta de discriminación étnica legal. Pero existe, y
los Estados Unidos están en vías de «negrificación". La mezcla
completa daría una nueva raza que manifestaría posiblemente cualidades
de imaginación. que no posee la población blanca actual. Pero
desaparecerían irremediablemente la energía y el poder creador que
caracterizan a los pueblos arios. Notemos, por otro lado, que dicho
proceso de mestización es muy lento. sobre todo en los Estados Unidos,
donde la conciencia de raza está muy desarrollada, pero que la
prolificidad de los negros, superior a la de los blancos, hace aumentar
constantemente el porcentaje de africanos en la sociedad
norteamericana. Se puede prever el día en que no solamente una
importante fracción de los blancos, o llamados tales, tendrá sangre
melánica en sus venas, sino, más todavía, en que los mulatos dominarán
numéricamente a la población blanca, como ya ocurre en el Brasil.
La prolificidad de las razas inferiores y la relativa esterilidad de
las superiores son hechos. que no interesan solamente a las Comunidades
poliétnicas sino al mundo entero. Las naciones blancas están perdiendo
terreno. No sólo han tenido que abandonar la mayor parte de sus
territorios coloniales sino que ya se está produciendo, en Europa, una
invasión migratoria acelerada de gente de color. Los blancos han
despertado a los amarillos de su sueño milenario, han impedido a los
negros matarse y comerse entre sí y los han obligado a producir más y
más alimentos. Llevando la higiene y la medicina a los pueblos
inferiores, han multiplicado a sus adversarios de hoy y de mañana. El
equilibrio étnico del planeta está roto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario